Se acerca la fiesta de Carnaval y llegó el momento de preparar el mejor disfraz para los peques. A todos los papás y mamás se nos cae la baba cuando los vemos disfrazados, pero la realidad es, que detrás de esa función estética, hay infinidad de beneficios ocultos.
Nosotros en el cole no solo utilizamos este recurso durante las festividades, sino a diario en nuestras aulas. Ponerse ropa de mayor, maquillarse, ser otro… Disfrazarse es una manera más de jugar, de divertirse y, sobre todo, de aprender.
Forma parte del conocido juego simbólico. Cuando el niño/a se viste de un personaje y se imagina una historia con ese disfraz, está dando rienda suelta a su fantasía, a su espontaneidad y a su creatividad. Según nos explica Elena Gallegos, psicóloga infantil: “Hasta los seis años, en el mundo del niño reina la imaginación: se inventa compañeros de juego invisibles y disfruta creando personajes y situaciones. Se trata de una edad mágica, en la que el mundo real y el mundo imaginario todavía no están claramente diferenciados”.
Además, cuando juegan a disfrazarse están representándose a sí mismos como otra persona. Podrían ser policías, animales, médicos, artistas o simplemente su papá, mamá o seño. Los niños/as se ponen la ropa, los zapatos, un sombrero o cualquier otra cosa y lo utilizan de apoyo para representar un papel o contar una historia. Esta acción trabaja la empatía al ser capaz de ponerse en el lugar de otro, sentirse como el personaje que está imitando.
Y hay algo más, muy interesante: el disfraz puede ayudarnos a descubrir cómo percibe el niño a los adultos que conviven con él. Observad a vuestro pequeño/a cuando se disfrace de papá o mamá y actúe como tal. Probablemente os sorprenda la imagen que tiene de vosotros y os lleve a reflexionar sobre si la relación que mantenéis con él es buena o hay algunas cosas que debéis cambiar.
Para nosotras, observarlos/as mientras adquieren el rol de maestra/o, es un recurso muy útil para sacar información de cómo se siente en la escuela y cual es la visión que éstos/as tienen de nosotras. Muchas veces, nos hacen ver algunas actitudes que habíamos pasado por alto y en ocasiones, algunas “manías” o “hábitos” en nuestros gestos, palabras, “coletillas” o posiciones que resultan muy cómicas pues ellos/as suelen magnificarlo todo en su imitación.
Uno de los principales objetivos del uso del disfraz en el aula, es facilitar el desarrollo de la identidad personal y trabajar el conocimiento de su propio cuerpo. Identifican las prendas de ropa con la parte del cuerpo dónde se coloca, seleccionan el tipo de ropa o complemento que más les gusta o les atrae, ayudando, a su vez, a establecer la identificación de género, siempre sin caer en los estereotipos que establece la sociedad, dejando libre su elección, sin coaccionar y sin dar importancia si los elementos utilizados no son los esperados, pues es normal que los niños/as experimenten con diferentes roles de género a medida que aprende acerca de sí mismos.
Además de divertido, disfrazarse es un método estupendo para que los niños expresen sus sentimientos. Por eso, es uno de los recursos que más utilizan los terapeutas infantiles para ayudar a los peques a vencer problemas de relación (como la timidez) y los miedos.
Pero, ¿Qué pasa si a nuestro hijo/a no le gusta disfrazarse?
Como aclara la psicóloga Ana Lucas, directora de Psico-Salud: “Para muchos padres es difícil entender que su hijo no disfruta con algo divertido para la mayoría, y por este motivo pueden caer en el error de obligarle a realizar una tarea que le pequeño ni acepta, ni entiende”.
Existen muchos motivos por el cual un niño o niña no quiera disfrazarse.
Puede ser por miedo, ya que a estas edades les cuesta diferenciar entre realidad o fantasía. Puede ser por rebeldía, por realizar totalmente lo contrario a lo que los adultos desean, sobre todo a la edad de 2 años, caracterizada por las famosas rabietas y prueba de los límites.
También hay casos por timidez, falta de autoestima o miedo al ridículo, incluso por la propia personalidad incipiente de un menor, con sus propios gustos.
Pero tranquilos, no hay nada extraño en ello, ni un problema subyacente que revele una personalidad antisocial.
Si a un niño/a le da miedo un disfraz, no hay que obligarlo, porque su fantasía puede intensificar sus temores y hacer que tarde más en superarlos.
Si lo rechaza porque le da vergüenza también hay que respetarlo.
Y por supuesto, se debe evitar decir frases del tipo: “por qué no quieres si les gusta a todos” o “eres el único de clase que no va disfrazado”, puesto que generará malestar cómo si lo bueno fuera disfrazarse y lo demás estuviese mal. Nunca hay que poner en evidencia al pequeño y menos obligarlo o disfrazarlo. El niño debe de ver el disfraz como un juego.
Como veréis existen infinidad de beneficios detrás de los disfraces, entre ellos:
– Estimulan la creatividad y la imaginación
– Trabajan la empatía y la colaboración
– Permiten al niño/a explorarse a sí mismo
– Fortalecen las relaciones
– Trabajan la inteligencia emocional
– Aumenta el vocabulario mejorando la comunicación
Así pues, ahora cuando disfrutemos de la fiesta del Carnaval, sabremos que, además, nuestros peques están aprendiendo, creciendo y conociéndose a sí mismos.
Julia Mendoza Iranzo. Directora Edupark.